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Jesus Mazariegos


 
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TRES CARTAS DISUASORIAS

 Este texto lo escribí respondiendo a un encargo según el cual debería hablar de los países afectados por el huracán Mitch. El texto se publicó en el catálogo de una exposición de pinturas y fotografías para obtener fondos y enviarlos a esos países.

El escrito consiste más bien en una crítica feroz del sistema económico mundial. No niego que es un texto algo panfletario y que los norteamericanos no salen muy bien parados.



 CARTA PRIMERA, en la que se pide ser exonerado de obligaciones y, sin quererlo, se deja ver la injusticia del sistema

 Estimada presidenta de UNICEF-Segovia.- Cuando me propusiste que escribiera para el catálogo de una exposición con cuadros de Pablo Caballero e imágenes sobre los efectos del huracán Mitch en Centroamérica y la consiguiente intervención de UNICEF, acepté el compromiso teniendo en cuenta el motivo, la finalidad y la persona que me lo pedía.

                Sin embargo, he andado a vueltas con Nicaragua, El Salvador y Honduras y, por más datos de indicadores socioeconómicos que pueda manejar y comentar, no creo que sea capaz de hacer algo mejor que una lección de Geografía mal desarrollada.

                Ahora que aún estamos a tiempo te rogaría que considerases la posibilidad de contar con otra persona que sea más sensible que yo con estos temas o que esté más metida en estas cosas, una persona como Dios manda, apolítica e imparcial, una persona objetiva y cabal, que no se apasione y a la no se le vea el plumero al tercer párrafo. Esto debería escribirlo alguien que sepa templar y, en el momento oportuno, dar una larga cambiada; alguien que trate el tema con delicadeza y una cierta frialdad, sin herir sensibilidades; alguien con mano izquierda, aunque esté a la otra mano, que vaya al grano y no incomode a quienes tengan el detalle de acercarse a ver la exposición.

Hoy en día hay mucha gente preparada, gente capaz de armonizar fe y razón, desigualdad y justicia, solidaridad y mercado y, por supuesto, sin olvidar el orden, imprescindible para hacer posible el desarrollo de la actividad económica y asegurar la perdurabilidad del sistema.

Yo no sabría tratar cosas tan serias sin caer en la desmesura, el despropósito o, incluso, en el chiste fácil. Al fin y al cabo, no se trata de que nadie se ponga colorado ni se sienta culpable, pues cada cual piensa y siente según el lugar que ocupa en la escala social, de modo que tampoco se trata de hacer creer que nosotros, por no pasar hambre, somos más malos porque no pensamos como un hambriento, es decir, por no ponernos en su lugar. Bueno, pues esto es precisamente lo que yo no entiendo.

                Búscate un triunfador, un profesional con traje y corbata, de esos dinámicos y agresivos, o sea, alguien que sepa vender bien la moto y que sea capaz de hacer fluir fondos hacia UNICEF que, al fin y al cabo, es de lo que se trata. Gente así es la que está de moda porque creen en el liberalismo económico y son capaces de presentarlo como algo compatible con la preocupación por los pobres y los desfavorecidos. Estos seguidores de Adam Smith, que profesan la religión del dios Mercado, tienen tal habilidad para armonizar lo inarmonizable que, mientras condenan al hambre y a la muerte a regiones enteras del planeta, pueden dormir con la conciencia tranquila. Siempre ha habido gente capaz de obligar a otros a comulgar con piedras de molino. No falta, incluso, quien es capaz de hacerlo él mismo, sin atragantarse y sin pestañear.

A Adam Smith le entiende cualquier tonto pero, sobretodo, algunos listos. Bueno pues yo, ni entiendo ni me creo el cuento de la "mano invisible". Es verdad que armoniza oferta y demanda pero no remedia la miseria. Nunca podré entender que un sistema basado en la búsqueda del beneficio individual, basado en el egoísmo, pueda generar solidaridad e igualdad; más bien pienso que la libertad económica beneficia a quien tiene los medios para aprovecharse de ella y perjudica al que carece de todo tipo de libertad porque no tiene cubiertas sus necesidades mínimas. Esto que digo, ya sé que no suena bien, que no está de moda.
                Imagino que ya debes de estar medio convencida de que yo no soy tu hombre. Necesitas a alguien que razone elástica y convenientemente, es decir, una especie de norteamericano aunque sea castellano-leonés, incluso segoviano. Ten en cuenta que, aunque los silogismos los inventaron los griegos, son los norteamericanos quienes los han liberado de su clásica rigidez, dotándolos de una ductilidad y una adaptabilidad verdaderamente admirables. Un ejemplo insuperable de esta nueva y utilísima manera de razonar, es el siguiente: hemos masacrado a los niños de Irak en sus refugios, negamos los alimentos y las medicinas a los supervivientes, por lo tanto (ergo) acabamos de dar al mundo un ejemplo de altura moral (Bush senior dixit).

                Pero, aunque no encuentres un americano de Texas, siempre encontrarás a alguien que sepa transmitir la idea de que los pobres pobres, además de ser gente pobre, son una pobre gente; ya sabes, son un poco desorganizados y así les va; en el fondo, no es que sean felices, pero están a gusto así; no serían capaces de vivir de otra manera.

¿Te das cuenta?, ¿no había que hablar de un huracán? Y yo a mi bola. Bueno, en realidad, no soy despistado hasta ese punto y creo y hay muchas razones para hablar de economía aquí y ahora. Ya sé que el sistema económico internacional, el Mercado con mayúscula, no genera los huracanes ni los terremotos ni las inundaciones, pero crea las condiciones de miseria para que estos desastres no hagan sino poner en evidencia las pésimas condiciones en las que ya vivían sus víctimas.

Resumiendo, que a mí no se me da bien escribir de estas cosas que me pides, por lo que te agradecería que buscaras a otro o a otra.



 CARTA SEGUNDA, en la que, con rabia inconsciente, se buscan culpables entre los vientos, los dioses y los hombres.

 Doña Nélida Cano.- No habiendo recibido contestación de mi carta anterior, te explico de nuevo. Comprenderás que no parece lo más lógico que una persona como yo, que suele escribir sobre algo tan frívolo como el arte, no esté muy dispuesta ni preparada para reflexionar sobre algo tan duro y tan distinto como el dolor y la miseria. ¿Cómo voy a decir yo algo válido sobre UNICEF, los niños pobres y todo eso, si ni siquiera poseo el toque amargo de Antonio Madrigal ni el cáustico de Moncho Alpuente? ¿Cómo hablar de tres países que desconozco y por los que he tenido un interés muy relativo y esporádico?

                De Nicaragua apenas recuerdo, con bastante gusto, eso sí, la caída de Somoza bajo la revolución sandinista, y también recuerdo, con enorme tristeza e irreversible decepción, la muy distinta actitud adoptada por el jefe de la Iglesia Católica con respecto al sacerdote y ministro de cultura nicaragüense Ernesto Cardenal, por un lado, y al genocida chileno Augusto Pinochet, por otro.

                Las noticias de El Salvador siempre me han inquietado, pues, con frecuencia, se ha tardado demasiado tiempo en admitir como posibilidad lo que, desde el principio, era evidente, por ejemplo la muerte de los jesuitas españoles a manos del ejército. También recuerdo la muerte anunciada de Óscar Arnulfo Romero.

La última noticia que recuerdo sobre Honduras, hace casi tres años, es precisamente la del desastre originado por el huracán Mitch y sus efectos devastadores sobre el frágil escenario de la pobreza. Pero estoy seguro de que la tragedia cotidiana y persistente, la que no es noticia, continúa golpeando las vidas de aquellas gentes. Es terrible esa sensación de que sólo tenemos auténtica constancia de que las cosas ocurren realmente, cuando las vemos por televisión, de lo que se deriva la cómoda y tranquilizadora impresión de que, cuando no hay imagen ni noticia, no pasa nada.

Por eso no está de más el recordatorio de esta exposición, aunque sea un recuerdo dulcificado por los generosos pinceles de Pablo Caballero y por el tiempo transcurrido. En realidad son imágenes tranquilizadoras, imágenes de reconstrucción y de esperanza. Pero deberíamos imponernos volver, con la mente y con el corazón, a aquellos últimos días de octubre de 1998, saltando hacia el terror y sintiendo el vértigo de asistir impotentes al macabro espectáculo de la destrucción masiva y de la muerte. Porque el verdadero rostro del horror, las imágenes que no fueron captadas por ninguna cámara, no habría arte ni artista ni público que pudiera resistirlas.

                Muchas veces he pensado en el carácter aleatorio y fortuito de los fenómenos naturales y en la forma en la que se reparten sus terribles consecuencias, más dañinas y mortíferas cuanto más pobre es la zona sobre la que descargan su azote. Así, en El Salvador, que es el país con mayor densidad de población de Centroamérica, la fuerza de la naturaleza parece cebarse de una forma periódica, causando daños en una cuantía directamente proporcional al deterioro ecológico, a la carencia de infraestructuras, a lo reducido de los servicios básicos y a la pobreza generalizada de la población.

Frente a estas manifestaciones de la naturaleza, provocadoras de tanta muerte y desolación, no me explico cómo es posible que existan frases hechas del estilo de 'la naturaleza es sabia' o, si se prefiere un punto de vista más trascendente pero con los mismos resultados, 'Dios aprieta pero no ahoga'. Más bien creo en la versión alternativa de la última, 'cuando Dios aprieta, ahoga de verdad'. Respecto a la naturaleza, amorfa y caótica, no sólo estoy convencido de que es absolutamente tonta, sino que, además, posee grandes dosis de mala leche.

                Da la impresión de que la naturaleza se comporta de un modo absolutamente injusto. Pero, cuando se habla de injusticia, no se está hablando del azar que parece regir los fenómenos naturales, sino de los calculados efectos de las acciones de determinados grupos de personas sobre otros grupos que hacen el papel de víctimas. Siempre la prosperidad de unos se ha levantado sobre la miseria de otros, la holgura sobre la estrechez, el confort y la seguridad sobre la indigencia y el miedo.

Lo que pasa es que ahora no se puede hablar de estas cosas en plan guerrillero, no se lleva. Fíjate que algunos muchachos de ahora llevan un Che Guevara en la camiseta pero no saben quién es, tal vez un cantante trasnochado. Está visto que, como dice Serrat en su canción sobre los pobres, esa de "Perdone el señor...", algunos no nos hemos enterado de que Carlos Marx está bien muerto y enterrado, de modo que también está trasnochado aquel Soldadito boliviano de Agustín Goitisolo, trasnochado Paco Ibáñez que lo cantaba y trasnochado yo que lo recuerdo. A mí aquello de "no llora porque la hora / no es de lágrima y pañuelo / sino de machete en mano" me sigue poniendo los vellos de punta, pero claro, no lo vas a ir diciendo por ahí, no es políticamente correcto.



  CARTA TERCERA, donde se abre una puerta a la esperanza y se distingue entre diversos tipos de huracanes.

 Amiga Nélida.- Como ya no sé qué argumentar contra mi ineptitud para tratar las tragedias colectivas vistas como desde un palco, argumentaré a favor de mi salud mental y de mi equilibrio emocional. Te aseguro que yo soy de los que apartan la vista de la tele cuando salen esos niños de África, que son la viva imagen de la muerte, si vale la paradoja; esos niños son como un revulsivo de nuestra conciencia, con una especie de efecto placebo que nos permite sentirnos redimidos por el solo hecho de soportar el dolor de mirarlos. Pero también son el espejo en el que vemos las antípodas de nuestra estabilidad y las víctimas de nuestra indiferencia. Y nos damos cuenta de que su papel en esta historia es el del pobre Lázaro y el nuestro el del rico Epulón.

                Sin embargo creo que, después de todo, las imágenes de esta exposición son razonablemente soportables, pues la situación de Centroamérica no es la misma que la del África subsahariana. De cómo malviven y cómo mueren los niños en el corazón de África, sólo nos enteramos cuando la sangre llega literalmente al río y cuando el gendarme de Occidente se marca una galopada para cuidar de sus intereses o para dejar claro quién manda. Los niños de estas fotos y de estos cuadros, al fin y al cabo, están vestidos, mal que bien; no son esqueletos vivientes con los ojos y la boca llenos de moscas. Pero esto de los niveles no debe confundir a nadie. El sufrimiento de un niño siempre es el más inmerecido. Incluso en nuestro privilegiado mundo, sin carecer de techo, de vestido y de alimento, hay que luchar para que ningún niño sufra el maltrato o la explotación. Hay que conseguir que ningún niño viva sin ternura, sin juego, sin risa o sin protección.

                Quiero pensar, además, que América aún puede ser un lugar para la utopía, para las revoluciones incruentas y para la transformación social. Ahí están vuestros cooperantes y los de tantas otras ONGs, verdaderos héroes modernos; ahí está la memoria de los revolucionarios que consiguieron sacudir el yugo de tantas esclavitudes; ahí está ese sector de la Iglesia que no necesita pedir perdón porque sigue el ejemplo de Montesinos, de Quiroga, de Motolinia y de Las Casas. Y aquí estamos nosotros para comparar sus necesidades con nuestras frivolidades, su infancia con la de nuestros hijos; para comparar lo que necesitan con lo que derrochamos, para comparar su resignada conformidad con nuestra exigencia inconformista.

                He mirado los rostros de esos niños y sus dibujos sobre el desastre originado por el Mitch. Me pregunto si no será una inmoralidad, permitirles ver los signos de su propio horror. Quizás, tras la terapia del acto de dibujar, habría que quemar esos papeles en la pira de los recuerdos, para que se alejen hacia el olvido. Las imágenes tienen tanta fuerza, que nunca olvido la estela funeraria que hay en el Museo Arqueológico Nacional, dedicada a Artulus, en la que aparece la figura de un niño con un capazo en una mano y una piqueta en la otra. Artulus tenía cuatro años cuando murió de accidente laboral trabajando en la mina. Su padre le dedicó esta sencilla estela en la que se lee: "que la tierra te sea leve". Sin duda la muerte debió serle más leve que la propia vida.

                Así pues, todo esto me ha llevado a pensar en esos niños, en todos los niños del mundo, en el niño que todos hemos sido y que, en mayor o menor medida, aún llevamos dentro y nos permite seguir siendo humanos. He pensado en los niños solos, en los niños maltratados, en los que trabajan, en los que lloran en silencio. Creo que, en cada niño que vemos, cada uno rememora los oscuros recuerdos de su niñez.

Un niño es como un misterio metido en una fragilísima urna de cristal. La mente de un niño es un universo tan fresco y creativo que, el nacimiento del arte contemporáneo y de la modernidad en general, participan de la sensibilidad infantil. Así, algunos pintores del Rococó mostraban su trasfondo romántico en el interés por sugerir el misterio que se esconde tras la expresión y tras la mirada de un niño. Después los pintores ingleses prodigaron estos temas en un género cuyos orígenes hay que buscarlos en el flamenco Van Dyck y en el español Murillo. Si un componente bastante habitual del arte contemporáneo es el primitivismo, la visión infantil constituye otra nota determinante, de modo que, para comprender el arte, especialmente el actual, bien podría partirse del texto evangélico: 'Si no os hacéis como niños...' Ahí está ese pequeño cuadro de Klee, ese monigote llamado Senecio, como emblema de modernidad y de buena pintura, y con esa ingenuidad y esa sabia frescura que hace pensar en la obra de un niño. Muchas veces la gran lucha del artista moderno ha consistido en poder ser como un niño.

Como ves, sin querer, he derivado hacia el arte. No puedo evitarlo. Me doy cuenta de que sólo puedo escribir sinceramente sobre las cosas en las que creo. Por eso ya voy comprendiendo lo que me pasa y por qué no puedo escribir sobre los huracanes en general ni sobre el Mitch en particular. La razón es sencilla y ahora la veo con la misma claridad y transparencia con la que constato que, en lo referente a catástrofes naturales, en la inmensa mayoría de los casos, lo de menos es la catástrofe natural. Me explico. Cuando los huracanes pasan por las casas elegantes y con buena estructura de hormigón, asustan un poco, saludan y se van. No sé si fue el mismo Mitch el que destrozó algunos tejados de lujosas mansiones de Florida, y algo similar ocurrió en Japón. Pero no hubo mucho más y la ayuda estatal fue rápida y eficaz porque se contaba con personal, infraestructuras de comunicación, helicópteros, médicos y todo lo necesario.

Así que el verdadero problema no es el huracán sino la pobreza que nace de la injusticia generada por el propio sistema de la economía de mercado. A este respecto, transcribo unas palabras del investigador José López Barneo, que busca la curación del Parkinson. Dice que 'la globalización no está ayudando a solucionar los problemas del Tercer Mundo, pues hay que poner el desarrollo al servicio de las personas, no de las multinacionales. Globalicémonos para que el hombre viva mejor, no para que unos exploten mejor a otros'.

                Para ser justo y coherente con una actitud que defiende la igualdad, y para compensar toda la herencia machista de la historia, ya que se han hecho referencias al 'hombre' y a los 'niños', siempre en masculino, por esas convenciones del lenguaje, que arrastran miles de años de dominación del hombre sobre la mujer, quiero mencionar de forma expresa, tal y como es habitual en el lenguaje de UNICEF, a las mujeres y, muy especialmente, a las niñas, que sufren de modo más grave el desamparo común a toda la infancia y son las principales víctimas del infanticidio, de la esclavitud, de la explotación laboral y sexual, y del abuso y la violencia de los mayores.

                A todo esto, creo que he olvidado el motivo de esta carta.

Jesús Mazariegos
 
 
 

 

 

 




 

 
   
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